Cristo como mayordomo: La mayordomía correcta constituye abnegación; es nuestra completa entrega a Dios y al servicio a favor de la humanidad. Debido a su amor por nosotros, Cristo soportó la crueldad de la cruz, el dolor aún más profundo que le causó el rechazo de los suyos, y el inconcebible abandono de Dios. En comparación con este don, ¿qué podríamos dar nosotros? Cristo entregó no solo todo lo que tenía —y lo poseía todo—, sino también se entregó a sí mismo. En esto consiste la mayordomía. Al contemplar ese don supremo nos apartamos de nosotros mismos, rechazando nuestro amor propio, y llegamos a ser como él. La mayordomía nos convierte en una iglesia solícita, que se preocupa por el bienestar tanto de los que pertenecen a la comunión de los creyentes como de los que se hallan marginados de ella. Por cuanto Cristo murió por el mundo, la mayordomía, en su sentido más amplio, también se orienta hacia las necesidades del mundo.
Una bendición personal: Una razón por la cual Dios nos pide que consagremos continuamente a él nuestra vida —el tiempo, las capacidades, el cuerpo y lasposesiones materiales—, es para promover nuestro propio crecimiento espiritual y desarrollo del carácter. Al mantener fresco en nuestra conciencia el hecho de que Dios es el dueño de todo, y al ver que no cesa de derramar sobre nosotros suamor, nuestro propio amor y gratitud se alimentan y fortalecen.
Una bendición para nuestros semejantes: Los verdaderos mayordomos bendicen a todos los individuos con quienes se ponen en contacto. Obedecen el encargo de mayordomía que hizo Pablo: “Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo porvenir, que echen mano de la vida eterna” (1 Tim. 6:18,19). La mayordomía abarca el servicio a los demás e implica nuestra disposición a compartir todo lo que Dios nos haya entregado en su misericordia, que pueda ser de beneficio para otros. Esto significa que “ya no consideramos que la vida consiste en la cantidad de dinero que tenemos, los títulos que poseemos, las personas importantes que conocemos, la casa y el vecindario en que vivimos, ni la posición e influencia que creemos poseer”.13 La vida verdadera consiste en conocer a Dios, desarrollar atributos amantes y generosos como los suyos, y en dar lo que podemos, según él nos haya prosperado. Dar con el Espíritu de Cristo es vivir de verdad.
La mayordomía de nuestro planeta. La ciencia moderna ha transformado al mundo en un vasto laboratorio de investigación y experimentación. Esta investigación produce muchos beneficios, pero la revolución industrial también hadado como resultado la contaminación del aire, del agua y de la tierra. En ciertos casos, la tecnología ha manipulado la naturaleza, en vez de administrarla con sabiduría.
Mayordomía del cuerpo. Los hijos de Dios son mayordomos de sí mismos. Hemos de amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra fuerza, y con toda nuestra mente (Luc. 10:27).Los cristianos tienen el privilegio de desarrollar sus poderes físicos y mentales al máximo de su capacidad y oportunidades. Al hacer esto, honran a Dios y se capacitan para ser de mayor bendición para con sus semejantes.
La mayordomía de las capacidades. Cada persona posee aptitudes especiales. Unos pueden poseer talentos musicales; otros, talentos para los oficios manuales, tales como la costura o la mecánica. A algunos les resulta fácil hacer amigos y actuar en sociedad con otros, mientras que otras personas pueden mostrar una tendencia natural hacia actividades más solitarias.
Cada talento puede ser usado para glorificar, ya sea al que lo posee o a su Dador original. Una persona puede perfeccionar diligentemente un talento para la gloria de Dios —o para el egoísmo personal. Debiéramos cultivar los dones que el Espíritu Santo le concede a cada uno de nosotros, con el fin de multiplicarlos(Mat. 25). Los buenos mayordomos usan libremente sus dones con el fin de producir mayores beneficios para su amo.
La mayordomía del tiempo. Como fieles mayordomos, glorificamos a Dios al usar sabiamente nuestro tiempo. “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis larecompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Col. 3:23, 24).
La Biblia nos amonesta a no portarnos “como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Efe. 5:15,16). Como Jesús, debemos ocuparnos en los negocios de nuestro Padre (Luc. 2:49). Por cuanto el tiempo es el don de Dios, cada momento es precioso. Se nos concede con el fin de que formemos caracteres adecuados para la vida eterna. La mayordomía fiel de nuestro tiempo significa usarlo para conocer mejor a nuestro Señor, para ayudar a nuestro prójimo y para compartir el evangelio. Cuando, en la creación, Dios nos concedió el tiempo, se reservó el séptimo día —el sábado—como un período sagrado para la comunión con él. Pero se proveyeron seis días para que la familia humana se ocupara en actividades útiles.
La mayordomía de las posesiones materiales. Dios les concedió a nuestros primeros padres la responsabilidad de sojuzgar la tierra, gobernar el reino animal, y cuidar del jardín del Edén (Gén. 1:28; 2:15). Todo eso les pertenecía no solo para que gozaran de ello, sino para que lo administraran. Sobre ellos se colocó una sola restricción. No debían comer del árbol del conocimiento del bien y del mal. Este árbol proveía un recuerdo constante de que Dios era el dueño y la autoridad final sobre la tierra. Al respetar esta restricción, la primera pareja demostraría su fe y su lealtad a él.
Después de la caída, Dios ya no pudo seguir probando a la humanidad por medio del árbol del conocimiento. Pero los seres humanos todavía necesitaban un recordativo constante de que Dios es la fuente de todo don bueno y perfecto (Sant. 1:17), y que él es quien nos provee el poder para obtener riquezas (Deut.8:18). Con el fin de recordarnos que él es la fuente de toda bendición, Dios instituyó un sistema de diezmos y ofrendas.
Este sistema proveyó los medios financieros que permitían mantener el sacerdocio del templo israelita. Los adventistas del séptimo día han adoptado el modelo levítico como un método sólido y bíblico que les permite financiar la proclamación del evangelio a nivel mundial. Dios ha ordenado que la tarea de compartir las buenas nuevas de salvación debe depender de los esfuerzos y ofrendas de su pueblo. Al entregarle sus diezmos y ofrendas, nos llama a convertirnos en colaboradores abnegados con él.